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Soy un ejemplo viviente de éxito de nuestro sistema lingüístico de inmersión del catalán en la escuela. En el año 1981, comencé 1º de E.G.B. A mis padres, se les propuso que yo formara parte de una prueba piloto, junto a otras cuatro niñas de la clase que eran también catalanohablantes. Esta prueba piloto consistía en tener la lengua catalana como lengua vehicular en todo mi aprendizaje en la escuela. Mis padres, que no tuvieron la oportunidad de estudiar el catalán y no lo saben escribir correctamente, encontraron en esta iniciativa una oportunidad que ellos no tuvieron.
Al principio, éramos sólo cinco niñas en la clase, pero a medida que íbamos pasando de curso, se iban añadiendo más niños, aquéllos que tenían un buen rendimiento académico y la mayoría eran hispanohablantes.
El sistema se implantó al cien por cien del alumnado cuando mi hermano empezó 1º de E.G.B., cuatro cursos más tarde, es decir, en el 1985.
Está claro que en aquellos tiempos teníamos maestros que nos enseñaban sus materias en catalán y otros que todavía lo hacían en castellano. Y nadie decía nada ni se quejaba.
Hoy en día, estoy muy orgullosa de la educación pública que he recibido y que me ha permitido tener un buen nivel de ambas lenguas, sin dominar la una más que la otra.
Siempre he pensado que cuando funciona una cosa, mejor no cambiarla.